lunes, 26 de noviembre de 2012

Yo, yo misma y Ana.


Así es como me gustaría llamar a mi novela, una novela sobre mi relación con la anorexia y en alguna ocasión la bulimia.
A algunas no les interesará leer la vida de otra persona, otras puede que no se atrevan a leer más allá del primer capítulo (ya que hay sucesos bastante fuertes) habrán otras que se sientan identificadas, pero al final cada una tiene su historia y yo, voy a contar la mía.

CAPITULO 1
Tal vez deba empezar a hablar de mi infancia, pero no lo voy a hacer, no porque no quiera, sino porque lo haré más adelante. No seguiré una línea cronológica estricta. Mi vida, en general es un desorden ordenado a mi manera, y así será el guión de esta “autobiografía”.
Me gustaría hablaros primero de cuando mi salud mental se jodió del todo.

24 de Diciembre de 2004
Como era habitual, toda la familia se reunía para cenar y celebrar la Nochebuena. Mi madre estaba enferma, recién operada de la espalda y como en mi casa no teníamos ascensor nos quedamos a vivir en casa de mis abuelos durante la recuperación de mi madre, así que celebraríamos el evento familiar allí.
Recuerdo aquel día con todo detalle. Mi padre se fue a trabajar temprano y volvería para cenar, o antes, por la tarde llamó a mi madre y bueno, estuvieron largo rato hablando (nada interesante supongo) luego mi madre me pasó el teléfono para hablar con él, así fue la conversación.
-Hola Sheyla, ya estoy en casa, he acabado pronto de trabajar, cogeré algo de ropa para tu madre y voy. Te has portado bien? No hagas enfadar a los abuelos, has recogido tu habitación? (yo mientras tanto respondía “si papa” “vale papa”) Estás cuidando de mamá? Cuídala bien, no le hagas hablar…
-que sí papá! Llevo toda la noche cuidando de ella, porque no la cuidas tú también?!
Y así acabó la cosa, le pasé el teléfono a mi madre y me fui, pero antes de irme mi madre me dijo:
-Me ha dicho el papá que no te enfades con él. (Palabras que más adelante, acabaría recordando toda mi vida)
Pues sí, me enfadé, y mucho. Tenía 14 años y yo solo quería jugar, y pasarlo bien, no pasar todo el día cuidando de mi madre, y encima que lo hago, mi padre no reconoce mis esfuerzos… que cabreo cogí!
(Esto aunque no lo parezca, es una parte muy importante de la historia, ya que, horas más tarde esa inocente y enfadica niñita descubriría un sentimiento llamado culpa.)

Nueve de la noche, mi primo Ismael y yo jugábamos al parchís y escuchábamos música (no diré cual, me avergüenzo de mis gustos musicales de entonces) estábamos felices, faltaban aún por llegar mi tío y mi primo Abraham, cuando llegasen empezaría la fiesta! Bailar, cantar, reír, abrir los regalos y jugar!! (Que ganas tenía de pasarme toda la noche jugando)
Pero vino mi abuelo a pedirnos que bajásemos la música (vaya rollo, con lo que mola tenerla a tope) que mi madre no se encontraba bien “le duele la espalda” dijo. Así hice, bajé la música y escuché a mi madre… Llantos desgarradores de rabia y dolor, llantos que en mi vida había escuchado… “Dolor de espalda? No lo creo… algo peor ocurre” pensé. Algo en mi pecho decía que algo terrible estaba pasando, que algo iba a cambiar mi vida por completo. Fui hacia el cuarto de mi madre, cada paso que adelantaba era un golpe en el pecho, y cada vez más fuerte, cada vez más asustada y mis sospechas crecían.
Entré en la habitación, mi tía estaba con ella, mi madre lloraba y hablaba por teléfono, decía algo de un coche (nuestro coche? Que coche? Qué pasa?) le pasó el móvil a mi tía y ella también lloró…
“PERO QUE COJONES ESTÁ PASANDO?!!” pensaba yo entre tantos llantos.
Me arrodillé frente a la cama y le cogí la mano a mi madre y empecé a pensar:
“Es algo sobre papá, que pasa? Me da igual, estoy muy enfadada con él. Ojalá le haya pasado algo, que se joda!”
EH EH! Espera!! Qué clase de pensamientos son esos? Que niña más cruel no? Me di cuenta, de que aquello que estaba pensando, no lo quería decir en verdad, así que rectifiqué.
“Bueno, pero que no sea nada muy malo… una pierna rota? O un brazo escayolado? Sí, eso es, solo eso, nada más grave”
Mi tía colgó el teléfono… silencio… Nadie dijo nada, pero todos lloraron, nadie dijo las palabras que confirmarían la tragedia, mi padre había muerto. Nadie lo dijo, pero se supo. El ambiente cálido y navideño se volvió triste, frío, doloroso, lleno de sufrimiento, pero yo todavía no entendía porque. Me senté en el sillón, me tapé (temblaba muchísimo) y curiosamente, no lloré… nada, ni una lágrima, ni si quiera los ojos llorosos. Solo pensaba “está ocurriendo de verdad? Es Navidad, no pasan cosas malas en Navidad!!” (Que inocente eh?)
Así estuve, minutos, horas, días? No lo sé… el tiempo para mí se paró, mi mundo, mi corazón, mi alma, estaban muriendo. Y ahí me quedé, asimilando la situación, hasta que llegaron mi tío y mi primo Abraham. Mi primo entró llorando (nunca en mi vida lo había visto llorar) me sorprendió, no entendía nada, porque lloraba? Porque todos lloraban?
Me levanté y me abrazó diciéndome: “Lo he visto, estaba en el coche, como… dormido, estaba aquí, ya llegaba… no va a venir… lo he visto Sheyla, lo he visto” Lo ha visto… no paraba de repetir esas palabras, lo ha visto? A mi padre? Muerto? Y ahí seguía yo, blanca, temblando, abrazando a mi primo…pero no lloraba.

Evidentemente la cena se suspendió, aunque no para todos… A mis primos y a mí nos llevaron a casa de mis otros tíos a cenar. Ese fue el primer día en que dije “NO” a la comida. No quiero comer, mi cuerpo, mi alma, yo he muerto… No necesitaba alimentarme, un muerto no lo necesita, mi única necesidad era entender que ocurría.
Y aquí termina el primer capítulo, el capítulo más triste y doloroso de mi vida. Ahora (las que me leéis en twitter) entenderéis porque cuando se acerca esta fecha digo “Voy a morir” Porque cada 24 de Diciembre muero, con él, con mi padre.

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