viernes, 23 de agosto de 2013

CAPÍTULO 9

Mi vida ha sido desde que murió mi padre, una mierda. Esa es a la conclusión que he llegado cuando pensaba que podía escribir en este capítulo.

Últimamente siento cosas que hacia mucho no sentía. O mejor dicho, no sentía emociones negativas tan intensas. Escribo desde el reciente y aún latente sentimiento de soledad y rabia, así que no se que puede salir de aquí...
Hoy celebraba junto a mi madre el cumpleaños de mi hermano (el cual coincide con el de mi padre), de primeras no me apetecía nada ir, por varias razones. 1. Mi madre había comprado pizza, yo estoy en ayuno. Así que ya hay un primer punto por el que agobiarme. 2. Estoy triste y echo mucho de menos a mi padre. 3. Me resultan tan falsas esas mini reuniones en "familia"... nada va bien en esta familia, ¿porque fingir que si?.
El resultado ha sido una gran pelea madre e hija donde he descubierto que soy una pobre ignorante. La discusión ha empezado por una tontería, dinero, la gente siempre pelea por dinero, la gente estúpida antepone el dinero a los sentimientos. Mi madre ha ido echandome cosas en cara, sobre todo lo que me paga. Hasta que yo ya no he aguantado mas y he explotado gradualmente hasta llegar casi a la locura. Ahora explico el porque, mi madre y yo siempre tuvimos problemas, no congeniamos, no podemos vivir juntas pero hubo un momento en que eso empezó a cambiar. Yo empezaba a contarle mis cosas, si me enfadaba con una amiga o si había conocido a mis cantantes favoritos. Se lo contaba y me sentía bien. Pero hoy mi madre dijo algunas cosas que me hicieron dar cuenta que eso solo es temporal, siempre lo ha sido, siempre va a temporadas y siempre son temporadas cortas. No le importa como me sienta, no le importa que me duela su forma de hablarme. Siempre me ha dado muchísima rabia que no me escuchen, que me corten o no me dejen explicarme, sobretodo cuando intento explicar como me siento ya que es algo en lo que necesito tiempo. Pues estas cosas se le dan muy bien a mi madre. Y siempre ha sido así.

Cuando empecé a ingresar en hospitales fui la mayor carga que mi madre había llevado en su vida y además debía llevarla sola.
Al principio de los ingresos mi madre estaba cuando podía por las visitas limitadas, pero poco a poco se fue distanciando, sobretodo cuando ingresé en Previ, pasé tanto tiempo allí que creo que se le olvidó que su hija estaba luchando por salir de la anorexia. Cuando me di cuenta de aquello intenté solucionarlo lo mas rápido posible. Hable con mi psicóloga y empezamos a hacer terapias familiares. Mi madre venia a regañadientes, pero al menos asistía. Hicimos mil terapias juntas sin avanzar en nada. Ella quería estar libre, quería cambiar su vida y conmigo no podía. Finalmente mi psicóloga convenció a mi madre para que ella fuese a terapia individual, porque aunque ella no lo aceptaba tenía problemas mentales que solucionar. Pero aquello no sirvio para nada y eso que fueron 2 años de terapias semanales, así que un día estaba en terapia con la ultima psicóloga que tuve, Cristina y me dijo que me olvidase de intentar que mi madre entendiese lo que me ocurría, que hiciese mi camino como ella ha hecho e intente vivir sin su figura materna. Así era Cristina, directa pero simpática siempre con una sonrisa. Tenia toda la razón pero cuesta asimilar que tu madre se ha cansado de hacer de madre porque ella no se ve preparada para tener una hija adolescente.
Años después mi madre fue la que intento acercarse de nuevo a mi, es evidente que ya no me fiaba, y no la quería a mi lado. En esta época volvimos a vivir juntas, yo cada vez engordaba mas en previ por lo tanto ya no tenia que quedarme a dormir y tenía mas permisos. Gracias a esto pasaba mucho mas tiempo con mi madre y discutíamos mucho mas también. Hasta ahora que vuelvo a vivir sola, bueno, con unos amigos, pero sin ella que es lo importante. Durante este tiempo la relación volvía a ir mejor, yo intentaba confiar en ella porque la echaba de menos. Y así he estado meses creyendo la misma mentira de siempre, hasta hoy.

Cuando volvi a casa después de esta ultima discusión empecé a pensar... y si le pasase algo y esta es la ultima imagen que tendré de mi madre? O y si me pasase a mi algo? Yo al menos no soportaría volver a vivir lo que pase con la .muerte de mi padre.  Así que, aquí estoy, triste, orgullosa, pero con miedo de que le pase algo, con ganas de darle un abrazo, al fin y al cabo... es mi madre.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CAPITULO 8


Hoy voy a dejar un poco de lado la línea temporal, para hablaros de algo concreto, de una emoción peligrosa, una emoción que impedía mi recuperación, el miedo.
Primero explicaré una de las normas principales de allí. "No hablar de nada relacionado con el TCA (trastorno de alimentación) a no ser que fuese necesario en una terapia de grupo" pero no se trataba solo de no hablar, también de no ver, no oír, no leer... Por ejemplo, si queríamos ver una película, antes tenía que verla alguien del personal del centro y dar su aprobación. Cualquier cosa podía ser censurada, sabéis cual es la película "Mi vida sin mí"? Trata de una chica con cáncer que a causa de la quimio, vomita. Bueno pues esa película se censuró. Tampoco podíamos ver películas tipo "El diablo viste de Prada". Incluso en las noticias o series de televisión había censura, si alguien en la serie se autolesionaba o salían pases de modelo en las noticias, o comentaban que una famosa se quedó muy gorda después del embarazo o que tal personaje podría estar sufriendo de anorexia, cualquier cosa de esas, la auxiliar enseguida cambiaba de canal. En las revistas y periódicos igual, recortaban artículos tipo dietas, recetas de cocina, cremas adelgazantes...
Esta norma me afectó de forma negativa, aunque yo no me daría cuenta hasta mucho después, nos estaban ocultando la realidad. La clínica se convertía como en un mundo falsamente feliz, era otro mundo...
Allí dentro no existía la presión social, sólo éramos chicas con un TCA en un nuevo mundo sin estereotipos sociales, ciegas a la realidad. "Es mucho más fácil matar a un fantasma que a la realidad"-Virginia Wolf

Poco a poco yo iba aceptando ese nuevo mundo y me empezaba a gustar. Allí nadie sabía el peso de otra, nadie se comparaba, ni en tallas de ropa, ni de zapatos ni en altura. Nadie era gorda y tampoco delgada. Sin quererlo hice de ese sitio mi hogar y de esas chicas enfermas y del personal, mi familia.
(Escribiendo esto acabo de entender una de las normas: no se estaban permitidas las muestras de afecto y tampoco darnos e-mail, teléfonos o quedar ni darnos regalos. Otra norma que me salté a la torera, si coges cariño a alguien... estás perdida)
Sentí que empezaba mi vida de cero, tenía amigas, algunas que me adoptaron como su hermana pequeña, que me cuidaban y se preocupaban por mí.
Tengo un especial recuerdo de María, una chica de unos 30 años intrigante, misteriosa... hablaba con pocas, conmigo apenas hablaba. En realidad yo no me acercaba mucho a ella, le tenía cierto respeto, allí era por desgracia la veterana de la clínica. Por como hablaba en las terapias se le veía una chica inteligente, madura y muy triste. Era una personalidad que me atraía mucho, que necesitaba conocer, pero no tenía valor, porque para mí era una superviviente con mil armaduras dispuestas a evitar cualquier emoción que le dañase, cualquier tipo de cariño, era yo, teníamos las mismas armaduras.

Yo casi no podía fumar, porque mi madre se negaba a darme dinero para tabaco. Un día mientras todas fumaban, María se acercó y me preguntó que si había dejado de fumar, le dije que no, que ya no me quedaba tabaco (no estaba permitido que otras pacientes me diesen cigarros) y le expliqué lo que pasaba con mi madre. Esa misma tarde ella tenía un permiso, cuando volvió me dijo "tienes un boli?", claro que tenía, pero... porque me lo pedía a mi? Así que fui a abrir mi cajón para darle el boli y encontré dos paquetes de tabaco. Me volví hacia ella, me guiñó un ojo y sonrió. Mi cara de agradecimiento y sorpresa debió ser increíble... María, la chica cerrada, la que no se encariñaba con nadie, me había comprado tabaco a pesar de lo que las normas dijesen. María me estaba cogiendo cariño. Así empezamos una oculta y bonita relación de amistad, rozando lo familiar. De vez en cuando encontraba una nueva sorpresa en mi cajón, una pulsera, tabaco, un libro etc. Yo respondí de la misma forma, o parecida, no podía comprarle nada, pero si podía regalarle dibujos o cualquier manualidad que hiciésemos con la animadora y meterlo en su cajón. Teníamos un secreto, estábamos incumpliendo las normas, pero ese secreto creó miradas y sonrisas de complicidad, sorpresas que nos hacían feliz durante unos instantes, sorpresas que solo nosotras conocíamos y que ninguna clase de norma conseguiría parar. (Después de siete años sigo recordando a María con una gran sonrisa.) Cosas como ésta me retenían en la clínica, inconscientemente de forma voluntaria. Mi miedo al mundo real iba creciendo...

Mi psicóloga me propuso retomar mis estudios, estaría fuera de la clínica de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Una parte de mi quería hacer vida normal, había recuperado peso y ya casi era una "persona normal" aparentemente preparada para el mundo exterior. Pero la otra parte de mí no se sentía preparada. Invadida por el miedo, empecé el instituto. Cada día mi miedo aumentaba, el mundo real... era feo, era cruel, no era mi mundo... Me dieron una beca para estudiar inglés en cualquier país de Europa, lo cual significaba mínimo un mes fuera de la clínica, y no solo fuera de ese mundo feliz que me habían hecho ver, sino en un nuevo país, con distintas costumbres. Esto hizo crecer mucho más mis miedos, miedo a la realidad, a la comida, a volar, a que nadie me entendiese, a que me pasase algo, a estar lejos de mi familia, miedo sobre todo a recuperarme y no tener que volver nunca más a la clínica... Mi reacción fue volver a bajar de peso. "Si sigues bajando de peso no te daré permiso para ir a Dublín" dijo mi psicóloga. Claro, baje de peso hasta el punto de no tener fuerzas ni para llevar los libros del colegio, en ese estado de salud, no podía viajar. Era la ocasión perfecta para evitar enfrentarme a esos miedos, bajé tanto de peso que no solo me prohibió ir a Dublín, sino que también me hizo dejar el instituto.

Yo misma me había esclavizado en aquel sitio al que tiempo antes llamaba cárcel. Adicción a la clínica, al cariño que recibía, o tal vez miedo al mundo exterior? Ambas cosas, unidas y muy peligrosas.


martes, 18 de diciembre de 2012

capítulo 7

Voy a seguir hablando de la clínica, ya que pasé mucho tiempo allí. En ese sitio tenías que tener algo muy claro: "O respetas las normas o pasarás más tiempo aquí del que creías" esa acabó siento mi actitud, evidentemente fue bastante tarde cuando me dí cuenta de esto...
Lo intenté, intenté respetar todas las normas, pero cada vez alargaban más mi estancia allí y eso me hacía derrumbarme cada día más. Hubo una época en que fue realmente duro para mí estar allí.
Como ya dije anteriormente, nos visitaba un endocrino, Jordi, cada dos semanas. Al entrar en la clínica te ponía la dieta más baja, 800kcal diarias. Con esa dieta empecé, y cuando Jordi lo creyó necesario me subió la dieta a 1000kcal, y de nuevo a 1200kcal. Conforme iba subiendo la dieta, yo iba subiendo de peso y eso no lo podía soportar... En esa época ya tenía algunos permisos, es decir, podía volver a casa el fin de semana y entre semana salir yo sola un par de horas al día. Aproveché para apuntarme a funky, lo cual provocó que bajase de peso y a consecuencia Jordi me volvió a subir la dieta. "Estás gastando mucha energía, tendremos que subir a 1400kcal"
No... no podía soportarlo, más comida no... Comencé una especie de lucha con Jordi, si el me subía la dieta, yo haría más por adelgazar, y si yo adelgazaba, el me volvía a subir la dieta. Y así estubimos, hasta que llegó a ponerme 1800kcal diarias y yo bajé a 45kg. Sinceramente no recuerdo cómo lo hice, porque con la cantidad de comida que me ponían era realmente difícil bajar de peso. Cada día odiaba más el momento de pesarse... sobretodo porque no podíamos saber nuestro peso hasta que no hablásemos con nuestra psicóloga, finalmente uno de esos días en que me fuí a pesar, antes de subir a la báscula la enfermera me dijo "Si has bajado un gramo, ya sabes lo que hay, llamaré a Jordi para que te atienda antes".
Claro, solo faltaba eso, que me adelantasen la visita con el endocrino...
Se reunieron la enfermera, el endocrino y mi psicóloga para hablar de "mi caso" y ponerme ciertas normas, únicamente para mi. Me retiraron todos los permisos, por lo que tuve que dejar el baile. No podría salir, ni si quiera en los paseos controlados, tendría mis horarios de fumar y de móvil como siempre, pero no saldría del centro.
Aquello ya me parecía exagerado, y muy injusto, pensaba que estaban todos en contra mía, que querían hacerme engordar y ya está, que nadie pensaba en como me podía sentir. Pero me prometí a mi misma que cumpliría las normas, así que lo acepté. Pero un día añadieron otra norma, de la que nadie me había informado, estábamos haciendo la actividad con la educadora, íbamos a preparar una coreografía pero yo no podía hacer esa actividad, entró la enfermera y me dijo que me sentase, que yo no tenía permitido bailar... Tenía que estar allí sentada, en la única hora del día en que me lo pasaba bien, mirando como mis compañeras se divertían.
En ese momento me empezó a consumir la rabia, la impotencia, porqué tantas normas? porque me trataban de forma tan distinta a las otras pacientes? Esa rabia tenía que salir por algún lado, ya eran demasiadas cosas acumuladas, ya no podía soportarlo. Salí del comedor y empecé a llorar, a dar golpes, a romper cosas, a hacerme arañazos, heridas... Había perdido el control, la rabia se había apoderado de mi, no podía pensar con claridad, solo podía sacar la rabia a base de puñetazos, era tal la rabia que ni si quiera sentía dolor en mis puños, ni en las heridas que me había hecho. Llamaron a mi psicóloga para que me parase los pies, llegó, se paró delante mío sin decir nada, solo cruzó los brazos y se quedó mirando lo que hacía. No se cómo, ni porqué, me derrumbé, caí al suelo como si no me quedasen fuerzas para seguir en pie, me limité a mirarme las manos y toda la ropa llena de sangre, el suelo manchado de gotas de sangre, las paredes....
Entonces supe lo que había hecho, pensé en mis compañeras, lo habían oido todo, se habrían asustado y les había fastidiado la actividad... sabía que mi locura había alcanzado el límite, sabía que había hecho mal y que iba a tener consecuencias.
Al día siguiente hablé con mi psicóloga, lo primero que hizo fue explicarme que por algo así deberían expulsarme, pero que no podían hacerlo porque estaba en muy bajo peso y necesitaba estar controlada. Luego me fue diciendo las consecuencias, la primera fue cortarme las uñas para que no pudiese arañarme y que si me veían que intentaba arañarme me pondrían unos guantes. Otra de las consecuencias fue limpiar todo el centro, y poner yo sola la mesa. La última y la que más me costó, fue pedir perdón a todos, a mis compañeras, a las auxiliares, la educadora, a toda persona que presenció aquello... Tenía mucho orgullo pero sabía el mal que hice y me daba muchísima vergüenza reconocerlo.
Aquella fue la última vez que me revelé de tal manera... Los días pasaban y yo cada vez me sentía peor, tenía que aceptar la dieta que me habían puesto, pero no podía comer tanto en tan poco tiempo... recordáis la norma "si no acabas de comer dentro del tiempo estipulado, batido hipercalórico"? Pues me tocaba comer casi un batido diario, me era casi imposible comer todo aquello en 45 minutos, tenía el doble de comida que el resto de pacientes.... Siempre acababa llorando y tomándome un batido... Sino, cuando podía comerlo todo acababa super hinchada, tenía que comer muy rápido y psicológicamente eso me afectaba mucho, me sentía una cerda, sentía como si a cada comida me estuviese dando un atracón. De que forma podía parar esto? Cómo podía hacer para salir de allí? o que me bajasen la dieta? Tendría que negociar con el endocrino, tendría que hacer las paces con él? Que hubieseis hecho vosotras?
En el siguiente capitulo contaré que hice finalmente.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 6

*En el anterior capitulo comenté que me dijeron que solo estaría unos meses, bueno, pues me mintieron… pasé allí más de cuatro años.
Hoy os quiero hablar de algunas personas que conocí allí y mi relación con ellas. Empezaré hablando de mis psicólogas. Vero se llama la que fue mi primera psicóloga y la directora de la clínica, una chica joven, alta rubia y muy delgada. Muchas pacientes especulaban sobre si tenía anorexia, yo no creo que en ese momento la tuviese, pero si puede que antes de formar el centro hubiese sufrido algún problema similar y que por eso decidió crear un sitio donde pudiese ayudar a otras chicas con este problema. Pero solo son suposiciones mías. Al principio Vero me daba un poco de miedo, era muy seria (aparentemente) y muy dura en algunas ocasiones, sobre todo con los “castigos”. Estuve unos dos años con ella y para mí era una de las mejores psicólogas de allí. Cuando alguna paciente decía algo malo de ella, la defendía con uñas y dientes. Qué cambio el mío, de odiar a todos los psicólogos a defenderlos. Recuerdo que las primeras terapias no hablaba (era la costumbre que tenía, cerrarme en banda) yo solo cruzaba los brazos y asentía con la cabeza, hasta que un día me dijo “Porque no hablas?” y respondí “porque estoy aquí en contra de mi voluntad… y odio a todos los psicólogos”. Así se lo solté pensando que le haría enfadar y así no querría darme más terapia, pero mi sorpresa fue cuando me contestó “Piensa que no soy psicóloga, solo una persona a la que acabas de conocer, hola yo soy Verónica.” Y así sin más fui confiando en ella.
Al año me asignó a otra terapeuta, Diana, más joven que Vero, metro setenta, morena, ojos verdes, tez blanca, delgada y siempre con una gran sonrisa. Diana venía de Madrid, pasaba casi todo el día en la clínica, no en su despacho, sino con nosotras hablando, jugando… como una compañera más. Todas le cogimos mucho cariño. Con ella trataríamos en terapia el tema de las habilidades sociales, yo era una persona muy agresiva y casi siempre estaba a la defensiva, cuando no era agresiva era pasiva, nunca había un punto medio. Por otro lado seguiría tratando con Vero los temas de la alimentación, así que tenía dos terapias semanales con psicólogas distintas, a diferencia que con Diana, no parecía que fuese a terapia. A veces nos íbamos al río a hablar, otras nos quedábamos en el despacho, cuando no, me acompañaba a una tienda de ropa (por ejemplo) a superar uno de mis miedos, como era descambiar una camiseta que me venía pequeña. En esa época me aleje mucho de mi mejor amiga Maite y me daba mucha vergüenza llamarla y quedar con ella, me daba miedo que me rechazase, que hubiese hecho amigos mejores que yo (y eso no era difícil). Diana me hizo llamarla, antes practicamos como sería la conversación entre Maite y yo, ella hacía de mí, y yo hacía de Maite, respondiendo todo lo que yo creía que Maite me diría rechazándome. Finalmente la llamé, Diana estaba delante de mí, apoyándome, recuerdo que cuando colgué el teléfono fui a abrazarla y le di las gracias por ayudarme a recuperar la amistad con Maite. Seguía siendo mi mejor amiga, me había echado mucho de menos y tenía ganas de verme.
Para entonces parece ser que mi estado de ánimo iba mejorando, y mi agresividad disminuía. Dejé de tener terapia con Vero, ella estaba muy ocupada formando otras clínicas en Castellón y Alicante, me explicó en nuestra última terapia las razones por las que ya no hablaríamos, las entendí y acepté tener solo terapia con Diana. Pero un día ocurrió algo que nos dejó a casi todas las pacientes en “shock”, sobre todo las que más la conocíamos: estábamos haciendo la actividad de la tarde con Ros (una de las monitoras) entró Diana, con cara triste y nos dio un CD que nos pidió que no lo escuchásemos hasta que se fuese, el CD contenía canciones que ella había elegido para darnos un mensaje y que lo recordásemos siempre.  Nos pidió que nos sentásemos, nos tenía que contar algo importante… mi intuición decía que era una mala noticia, y no falló. Su padre había muerto y tenía que volver a Madrid a cuidar de su madre.
-Pero… volverás, ¿verdad? – le dije.
Me respondió con un “no lo sé” acompañado de muchas lágrimas, yo eso lo interpreté como un “No”. Nos abrazó y se fue… Una despedida rápida, pero muy dolorosa. El comedor se llenó de llantos, incluso las auxiliares lloraban, Ros nos abrazaba y nos animaba a seguir. Fue la primera vez que dejé salir mis sentimientos, que lloré con total libertad, sin importarme que me viesen débil, simplemente lloré y pasé días llorando… le había cogido mucho cariño.
Pusimos el CD, eran canciones preciosas, canciones que como he dicho antes incluían un mensaje en sus letras, un mensaje de apoyo. “Adelante, podéis salir de esto, podéis ser felices y cumplir vuestros sueños.” Éstas eran algunas de las canciones: 



"Ésta soy yo, El sueño de morfeo" (Con ésta canción me sentí especialmente identificada, prestad atención a la letra si queréis conocerme bien "Dicen que tengo que reir un poco más y callar un poco menos") 

"Voy a vivir, El sueño de morfeo" (Ésta en especial la dedico a todas mis princesas, a todas aquellas que creen que no vale la pena vivir) 


Espero que hayáis disfrutado de estas canciones y os haya sacado alguna que otra sonrisa :D



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Capítulo 5, La clínica


Segundo ingreso en la clínica "PREVI". Estaba enfadada, me sentía engañada... creí que nunca volvería allí. Odiaba a todas las que trabajaban allí especialmente al endocrino y a la enfermera. Y me sentía fuera de lugar "¿Qué hace una gorda como yo en un sitio como este?" (Al final del texto he puesto unas imágenes del centro para que os ubiquéis) Me prometieron que solo estaría allí un mes y que luego me darían el alta, teniendo que ir sólo a terapias individuales y alguna de grupo. Fue un mes difícil, no aceptaba las normas del centro, muchas de ellas las veía absurdas. Habían normas para todo: convivencia, comida, paseos, móvil, tabaco, etc.
Un día "normal" en la clínica: De 8h a 9h nos despertaban e íbamos a asearnos. De 9h a 9'15h Desayuno, un vasito de zumo. Después de desayunar podíamos salir a fumarnos un cigarro, sólo uno, la auxiliar estaba controlando que no nos fumásemos dos. A las 10h empezaban a venir las chicas de centro de día, preparábamos la mesa y almorzábamos. En el almuerzo y la merienda podías elegir entre un tazón de leche o dos yogures, que acompañaba a un bocata de queso con fiambre (el tamaño del bocata dependía de la dieta que te pusiese el endocrino). El almuerzo empezaba a las 10h y teníamos que terminar a las 10'30h, os recuerdo que una de las normas era comérselo todo, incluso las migas que caían del bocata, era bastante absurdo vernos a todas recogiendo las miguitas del plato con los dedos. Luego íbamos todas juntitas a lavarnos los dientes y de 11h a 12h empezaba la terapia de grupo (nutrición, collage, psicoterapia, imagen corporal, habilidades sociales, expresión corporal, masajes o arte terapia). A las 12h íbamos al baño, y si era  lunes, miércoles o viernes, teníamos que mear por obligación porque luego nos tocaba peso. Luego del baño o el peso nos íbamos de paseo, donde se nos permitía fumar y usar el móvil durante 15 minutos, los horarios de paseo eran de 12'30h a 13'30, de 15'45 a 16h, de 18'45 a 19h y de 21'45 a 22h. Los paseos para mí eran algo humillantes, paseábamos con una auxiliar y con la enfermera a veces también con una psicóloga. Digo humillante porque las auxiliares trabajaban vestidas como en los hospitales y tenían la mala costumbre de no cambiarse de ropa al salir a la calle. Yo me sentía como si fuésemos un grupo de locas atadas por una cuerda y guiadas por la enfermera, o un rebaño de ovejas (así me sentía a casi todas horas). Como antes dije, para el paseo también habían unas normas: teníamos que andar muy lentas, porque el andar rápido se interpretaba como que queríamos quemar calorías. A mí me gustaba andar rápido, me daba vergüenza que la gente me viese con el rebaño, o que me encontrase a alguien conocido y se enterase de que estaba enferma. Pero el andar rápido me perjudicaba más y hacía llamar más la atención, ya que si me adelantaba un poco la auxiliar me gritaba "Sheyla, para, con calma que vamos de paseo". Tampoco podías parar a mirar escaparates, sobretodo tiendas de ropa (todavía no entiendo el motivo de esa norma) era un poco difícil cumplirla, ya que estábamos en una zona de Valencia conocida por la gran cantidad de tiendas que hay. De 14h a 14'45h comíamos, luego íbamos al baño y hacíamos reposo, aquí la mayoría de chicas dormían siesta, yo veía la tele. De 17h a 18h teníamos tiempo libre, podíamos jugar a juegos de mesa, leer, escribir, lo que sea que no implicase ejercicio físico. Después de la merienda venía una educadora/animadora y hacíamos actividades que ella traía preparadas. Este era el mejor momento del día, íbamos a museos, a pasear por el río, a veces incluso bailábamos, íbamos a la bolera, o a la feria. Casi siempre era muy divertido (aunque también dependía de que educador viniese, os hablaré de los trabajadores de la clínica en el siguiente capítulo). Ya al acabar la actividad cenábamos, esto era a las 20'45h hasta las 21'30h. Bajábamos a pasear y nos despedíamos de las pacientes de centro de día. Nos poníamos el pijama y veíamos un rato la tele hasta las 23h. Esto es más o menos lo que solíamos hacer, en este centro por suerte no habían cámaras, aunque seguías teniendo a las auxiliares como perrito faldero, incluso para dormir te controlaban, más de una vez me llamaron la atención porque por la noche ya en la habitación intentaba hacer algo de ejercicio, pero nada, era totalmente imposible, ¿y vomitar? ¡Ni pensarlo! Te podía caer una buena....









jueves, 29 de noviembre de 2012

CAPITULO 4


   En el anterior capitulo os hablaba de un ingreso en Barcelona, la parte de la clínica donde yo estaba ingresada se llamaba UTCA (Unidad de Trastornos de la Conducta Adolescente). La verdad es que si quitabas el hecho de que los castigos eran duros, el sitio no estaba mal… En mi habitación habían tres camas, pero solo se ocuparon dos, una chica (que no recuerdo su nombre) y yo. No se cuales eran los problemas de esta chica, y tampoco me importaban, sé que tenía quince años y que ya había tenido un aborto. Había otra habitación de chicos, ellos eran tres, solo recuerdo a Pedro, era catalán y skinhead… daba bastante miedo, pero era con el que mejor me llevaba. Luego había otro chico con una deficiencia mental, un poco agresivo y muy pegajoso, que asco, me perseguía a todos lados con las babas cayéndosele. (No tengo ningún problema con los chicos con deficiencias mentales, mi hermano tiene una), como veréis no se me dan bien las descripciones, pero para que os hagáis una idea de cómo era el sitio intentaré describirlo. Al lado de las habitaciones había como una sala de entretenimiento, teníamos una tele, dos sofás una cadena de música y una mesa de pingpong. Lo de la mesa era lo mejor, ya que no estaba ahí por anorexia, nadie me impediría hacer un poco de deporte, en la sala había también una pequeña terraza con una canasta de baloncesto y de vez en cuando salíamos para que nos diese el sol. Por supuesto no se podía fumar, y eso me ponía más nerviosa aún… pero Pedro, tenía unos amigos que cuando salíamos a la terraza se acercaban y dejaban un cigarrillo encendido en un agujerito que hicieron en la valla que nos separaba de la calle. Al menos nos quitábamos un poco el mono. Al otro lado de la sala estaba el comedor y la cocina, las paredes eran blancas y yo las veía negras… vamos que para mí era un sitio en el que no quería pasar mucho tiempo. Esas eran las partes que más pisábamos de la clínica, siempre con supervisión, no podías estar nunca a solas y había cámaras por todas partes.

   Todos teníamos a la misma psicóloga y la misma psiquiatra, eran majas, Lorena era la psicóloga, era guapísima: alta, pelo largo y negro, tez morena, delgadita (la envidiaba bastante). He dicho que era maja? Vale, explico… esta fue la primera psicóloga con la que me llevé bien, no sé exactamente porque. Ella sabía que yo dibujaba cuando me aburría y las primeras terapias lo único que hacía era pedirme mis dibujos para que le explicara que significaban, nunca se me dio bien expresar mis sentimientos con palabras, así que lo hacía mediante los dibujos. Supo ganarse mi confianza, alagaba mis dibujos y esas eran mis tareas de terapia, dibujar. Me acuerdo de un dibujo en especial, era un lobo con la boca abierta enseñando los colmillos, pero tenía algo diferente a otros dibujos de perros y lobos. Sin quererlo le había dibujado una mirada triste y unas lágrimas de sangre. Y bien? Qué significaba este dibujo? Claramente, me sentía herida y no estaba dispuesta a que nada ni nadie me hiciese daño, de ahí el enseñar los dientes… estaba a la defensiva.

   Antes dije que no tenía amigas, bueno tenía dos y por suerte aun las conservo. Maite, mi mejor amiga, crecimos juntas. Yo era la niña gorda, y ella era la niña delgadita y “fea”, a ella también le insultaban mucho si no era porque llevaba gafas de “culo de vaso” era por el aparato dental. Por suerte cuando yo estaba a su lado nadie la insultaba… más que nada porque era más divertido insultar a la gorda.
Amparo es la otra amiga, bueno, antes que amiga era mi monitora de juniors (un grupo católico para llevar a los niños por el camino de Dios y todas esas polladas). Amparo fue quien le hizo saber a mi madre que tenía anorexia, se dio cuenta antes que nadie, siempre iba detrás mia “has comido hoy? Come o se lo diré a tu madre” y así varias amenazas que al final cumplió. Os hablo de ellas porque hicieron algo por mí que recordaré siempre con mucha alegría, llamaron a Barcelona, a mi psicóloga e hicieron un acuerdo con ella y conmigo. Si comía todos los días (aunque no me lo acabase todo) me daría un permiso para salir el fin de semana. Fue el día de mi cumpleaños, salí y mi sorpresa fue encontrármelas allí, me abrazaron me trajeron regalos y nos fuimos a la ciudad, ah! Y fumé jajajaja mucho! Que ansias tenía de fumar. Después de ese día me empezaron a dar más permisos, yo estaba contenta porque eso significaba que en poco tiempo saldría de allí, volvería a mi casa y no pisaría ningún sitio parecido. Error! Volví a Valencia y estuve una semana en casa, durante esa semana PREVI S.L. (si tenéis curiosidad tienen página web) la clínica de trastornos de la alimentación de Valencia estaba preparando mi “reingreso”.

martes, 27 de noviembre de 2012

CAPITULO 3 (conociendo a Ana)


Pues sí, Ana me conoció, pero no se presentó solo observaba e iba entrando poco a poco en mi mente sin que yo me percatase esperando el momento adecuado para decirme:
“Hola, yo soy la anorexia y soy la única que va a hacerte feliz, ya no te atreves a matarte, no es una opción. Vas a seguir viva, yo te mantendré viva (que ironía) y feliz, no querrás NUNCA deshacerte de mí. Ahora, yo soy tu realidad y tú serás yo.”
Entonces ya tenía una ligera idea de lo que era la anorexia y empecé a leer sobre ella, no me compré ningún libro, curiosamente mi madre tenía montones de libros que hablaban del tema.
¿Pensaba mi madre que tenía anorexia? ¿Lo supo ella antes que yo?
Es evidente que tenía sus sospechas. Pero bueno, a lo que iba, leí mucho, me informé y acto seguido lo negué. “¡Es una locura! ¿Dejar de comer para bajar de peso? ¡Yo no hago eso! Solo estoy haciendo una dieta temporal, yo no soy de “esas”, además casi no he bajado de peso…”
Y así miles de pensamientos contradictorios que intentaban boicotear la idea de que yo estuviese sufriendo anorexia. Ignoraba cada síntoma, cada pensamiento que afirmase aquello. Sólo buscaba la forma de ser feliz y aparentemente la había encontrado. Aquello que generaba todos mis problemas era mi peso: “mi madre me ha abandonado porque estoy gorda. La gente me mira mal porque estoy gorda. Mi padre se ha matado porque estoy gorda. Estoy triste porque SOY GORDA.” Ahora me doy cuenta de que todos estos pensamientos no eran más que un intento por evadirme de la realidad. Era una realidad muy dolorosa; padre muerto, mi madre se va de casa, mis “amigos” me evitan, he hecho daño a mi familia, mi familia está triste, no soy capaz de cuidar a los míos como mi padre querría, etc.
Cuántas cosas, demasiadas para una chica de 16 años. Sinceramente, no quería crecer, madurar… pero era lo que tocaba “ya no soy una adolescente, no puedo serlo, he de ser adulta, he de crecer! Pero NO QUIERO!!” Negarse a madurar… ese era mi verdadero problema, madurar significa ver las cosas tal y como son, aceptar que la vida está llena de obstáculos pero que hay que romperlos, no retroceder ni esquivarlos.
Finalmente mi madre me llevó a un psicólogo, pero no me gustó y no volví. Me llevó a otro y a otro y otro y otro… pero yo los odiaba, porque ninguno me decía lo que quería oír. Seguía siendo menor de edad así que mi madre era quien decidía que hacer conmigo. Le recomendaron una clínica privada que subvencionaba la seguridad social y allí fui. Me hicieron no sé cuantos test y me diagnosticaron “anorexia nerviosa”. Aquello era un centro de día (por suerte no tenias que llevar ropa de hospital) y pocas eran las que se quedaban 24h… a mí me tocó. Nada mas entrar me explicaron las normas y me registraron la maleta, estas eran algunas de las normas:
-          No sentarse a la mesa con chaquetas que tengan bolsillos.
-          El almuerzo y la merienda duran 30 minutos, la comida y la cena 45 minutos. Si no acabas todo lo que hay en el plato en ese tiempo, consecuencia. La consecuencia era que te hacían tomar un batido hipercalórico.
-          Lo que sale de la cocina no vuelve a entrar (es decir, hay que comérselo todo sin dejar una sola miga, si te niegas… batido)
-          Después de cada comida hay que permanecer en reposo. (Solo con que movieses las piernas ya te reñían)
-          Horarios para ir al baño, y tenemos que ir todas juntas con la supervisión de una enfermera y con la puerta entreabierta. Tampoco podías tirar tú de la cadena, tenía que hacerlo la enfermera.
Estas eran por así decirlo las normas que peor llevaba, no aguanté ni una semana allí, intenté escaparme por el balcón (era muy bajito y era fácil salir). Mala suerte la mía que creyeron que me iba a suicidar. WTF?? No había ni tres metros de altura! Hubo consecuencia por eso… Me expulsaron y me enviaron a otra clínica, pero esta vez no era especializada en trastornos de la alimentación. Barcelona… muy lejos de mi familia, de mis amigos (vivo en Valencia)
Aquel sitio era distinto, y peor… cualquier mal comportamiento, llamaban a mi psiquiatra y a los celadores me metían un pinchazo para sedarme y me ataban a la cama (o como a ellos les gustaba llamarlo “contención”).
Bueno, esta es una etapa muy larga, pasé unos 5 meses allí, así que hablaré de ella en el siguiente capítulo, ahora tengo que seguir trabajando xD.