miércoles, 19 de diciembre de 2012

CAPITULO 8


Hoy voy a dejar un poco de lado la línea temporal, para hablaros de algo concreto, de una emoción peligrosa, una emoción que impedía mi recuperación, el miedo.
Primero explicaré una de las normas principales de allí. "No hablar de nada relacionado con el TCA (trastorno de alimentación) a no ser que fuese necesario en una terapia de grupo" pero no se trataba solo de no hablar, también de no ver, no oír, no leer... Por ejemplo, si queríamos ver una película, antes tenía que verla alguien del personal del centro y dar su aprobación. Cualquier cosa podía ser censurada, sabéis cual es la película "Mi vida sin mí"? Trata de una chica con cáncer que a causa de la quimio, vomita. Bueno pues esa película se censuró. Tampoco podíamos ver películas tipo "El diablo viste de Prada". Incluso en las noticias o series de televisión había censura, si alguien en la serie se autolesionaba o salían pases de modelo en las noticias, o comentaban que una famosa se quedó muy gorda después del embarazo o que tal personaje podría estar sufriendo de anorexia, cualquier cosa de esas, la auxiliar enseguida cambiaba de canal. En las revistas y periódicos igual, recortaban artículos tipo dietas, recetas de cocina, cremas adelgazantes...
Esta norma me afectó de forma negativa, aunque yo no me daría cuenta hasta mucho después, nos estaban ocultando la realidad. La clínica se convertía como en un mundo falsamente feliz, era otro mundo...
Allí dentro no existía la presión social, sólo éramos chicas con un TCA en un nuevo mundo sin estereotipos sociales, ciegas a la realidad. "Es mucho más fácil matar a un fantasma que a la realidad"-Virginia Wolf

Poco a poco yo iba aceptando ese nuevo mundo y me empezaba a gustar. Allí nadie sabía el peso de otra, nadie se comparaba, ni en tallas de ropa, ni de zapatos ni en altura. Nadie era gorda y tampoco delgada. Sin quererlo hice de ese sitio mi hogar y de esas chicas enfermas y del personal, mi familia.
(Escribiendo esto acabo de entender una de las normas: no se estaban permitidas las muestras de afecto y tampoco darnos e-mail, teléfonos o quedar ni darnos regalos. Otra norma que me salté a la torera, si coges cariño a alguien... estás perdida)
Sentí que empezaba mi vida de cero, tenía amigas, algunas que me adoptaron como su hermana pequeña, que me cuidaban y se preocupaban por mí.
Tengo un especial recuerdo de María, una chica de unos 30 años intrigante, misteriosa... hablaba con pocas, conmigo apenas hablaba. En realidad yo no me acercaba mucho a ella, le tenía cierto respeto, allí era por desgracia la veterana de la clínica. Por como hablaba en las terapias se le veía una chica inteligente, madura y muy triste. Era una personalidad que me atraía mucho, que necesitaba conocer, pero no tenía valor, porque para mí era una superviviente con mil armaduras dispuestas a evitar cualquier emoción que le dañase, cualquier tipo de cariño, era yo, teníamos las mismas armaduras.

Yo casi no podía fumar, porque mi madre se negaba a darme dinero para tabaco. Un día mientras todas fumaban, María se acercó y me preguntó que si había dejado de fumar, le dije que no, que ya no me quedaba tabaco (no estaba permitido que otras pacientes me diesen cigarros) y le expliqué lo que pasaba con mi madre. Esa misma tarde ella tenía un permiso, cuando volvió me dijo "tienes un boli?", claro que tenía, pero... porque me lo pedía a mi? Así que fui a abrir mi cajón para darle el boli y encontré dos paquetes de tabaco. Me volví hacia ella, me guiñó un ojo y sonrió. Mi cara de agradecimiento y sorpresa debió ser increíble... María, la chica cerrada, la que no se encariñaba con nadie, me había comprado tabaco a pesar de lo que las normas dijesen. María me estaba cogiendo cariño. Así empezamos una oculta y bonita relación de amistad, rozando lo familiar. De vez en cuando encontraba una nueva sorpresa en mi cajón, una pulsera, tabaco, un libro etc. Yo respondí de la misma forma, o parecida, no podía comprarle nada, pero si podía regalarle dibujos o cualquier manualidad que hiciésemos con la animadora y meterlo en su cajón. Teníamos un secreto, estábamos incumpliendo las normas, pero ese secreto creó miradas y sonrisas de complicidad, sorpresas que nos hacían feliz durante unos instantes, sorpresas que solo nosotras conocíamos y que ninguna clase de norma conseguiría parar. (Después de siete años sigo recordando a María con una gran sonrisa.) Cosas como ésta me retenían en la clínica, inconscientemente de forma voluntaria. Mi miedo al mundo real iba creciendo...

Mi psicóloga me propuso retomar mis estudios, estaría fuera de la clínica de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Una parte de mi quería hacer vida normal, había recuperado peso y ya casi era una "persona normal" aparentemente preparada para el mundo exterior. Pero la otra parte de mí no se sentía preparada. Invadida por el miedo, empecé el instituto. Cada día mi miedo aumentaba, el mundo real... era feo, era cruel, no era mi mundo... Me dieron una beca para estudiar inglés en cualquier país de Europa, lo cual significaba mínimo un mes fuera de la clínica, y no solo fuera de ese mundo feliz que me habían hecho ver, sino en un nuevo país, con distintas costumbres. Esto hizo crecer mucho más mis miedos, miedo a la realidad, a la comida, a volar, a que nadie me entendiese, a que me pasase algo, a estar lejos de mi familia, miedo sobre todo a recuperarme y no tener que volver nunca más a la clínica... Mi reacción fue volver a bajar de peso. "Si sigues bajando de peso no te daré permiso para ir a Dublín" dijo mi psicóloga. Claro, baje de peso hasta el punto de no tener fuerzas ni para llevar los libros del colegio, en ese estado de salud, no podía viajar. Era la ocasión perfecta para evitar enfrentarme a esos miedos, bajé tanto de peso que no solo me prohibió ir a Dublín, sino que también me hizo dejar el instituto.

Yo misma me había esclavizado en aquel sitio al que tiempo antes llamaba cárcel. Adicción a la clínica, al cariño que recibía, o tal vez miedo al mundo exterior? Ambas cosas, unidas y muy peligrosas.


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